El auge de las materias primas de la última década trajo a este pueblo minero del corazón del África una serie de elegantes centros comerciales, prolijas casas de ladrillo y decenas de escuelas privadas. Ahora, las fuerzas globales que propulsaron el auge de Kitwe se han revertido, generando una crisis económica y social que ha roto los sueños de prosperidad en el cinturón de cobre de Zambia y ha desnudado la fragilidad de un modelo de desarrollo basado en la producción de materias primas. El kwacha, la moneda de Zambia, perdió casi la mitad de su valor el año pasado. En su desesperación, el presidente Edgar Lungu decretó días de oración en todo el país para pedir una intervención divina que resucite la economía.

Fuente: The Wall Street Journal
La población se duplicó y los ingresos se dispararon conforme el precio del cobre batía una marca después de otra y una ola de inversiones y trabajadores chinos transformaban esta región fronteriza con un Congo devastado por la guerra civil en un símbolo del ascenso de la clase media africana.

Ahora, las fuerzas globales que propulsaron el auge de Kitwe se han revertido, generando una crisis económica y social que ha roto los sueños de prosperidad en el cinturón de cobre de Zambia y ha desnudado la fragilidad de un modelo de desarrollo basado en la producción de materias primas.

La disminución de la demanda china redujo a casi la mitad el precio del cobre en los últimos dos años, infligiendo un duro golpe a Zambia, que depende del metal para el 70% de sus exportaciones. Los contratistas y los propietarios de restaurantes que habían seguido a las empresas de construcción chinas a este país africano empiezan a devolverse a sus hogares. El kwacha, la moneda de Zambia, perdió casi la mitad de su valor el año pasado. En su desesperación, el presidente Edgar Lungu decretó días de oración en todo el país para pedir una intervención divina que resucite la economía.

Kitwe es una de las principales víctimas del impacto desproporcionado del fin del auge de las materias primas en África. Varias minas han cerrado, provocando el despido de unos 15.000 trabajadores. Miles más están en la cuerda floja. Cifras oficiales indican que del salario de cada minero dependen unas 15 personas.

Los delitos violentos están aumentando y los apagones son comunes. Cientos de mineros han retirado a sus hijos de las escuelas privadas que se habían instalado para satisfacer las nuevas aspiraciones. Los subsidios que las empresas mineras otorgaban para medicamentos contra el sida y la malaria se han reducido y una inflación de dos dígitos ha congelado las ventas de refrigeradores, televisores y automóviles.

“Es como volver al punto de partida. Nunca esperamos una situación así”, dice Reagan Musonda, uno de los cerca de 4.000 trabajadores despedidos en noviembre por Mopani, una mina de cobre de Glencore PLC. Abrumado con el pago del colegio de tres hermanos y dos hijos, Musonda, está sacando carbón de leña de una parcela de tierra que posee en el bosque para pagar las cuentas.

El trauma de Kitwe repercute a lo largo y ancho de Zambia y otras economías africanas que también dependen de las materias primas. Después de años de expansión frenética, países como Nigeria, Angola y Sudáfrica están sumidos en una crisis que frena el desarrollo y pone a prueba a las finanzas de los gobiernos.

El dramático vuelco pone de manifiesto la dependencia de muchas economías africanas de los commodities y lleva a algunos inversionistas a replantearse la narrativa de un ascenso de África que exageró los avances en la industria manufacturera, la infraestructura y la educación.

El Banco Africano de Desarrollo se jactó en 2011 de que la nueva clase de consumidores del continente llegaba a los 350 millones de personas. Los bancos multinacionales, las cerveceras y las automotrices hicieron todo lo posible para convertirlos en clientes.

En realidad, el Banco Africano de Desarrollo incluyó en su cálculo a personas que ganaban poco más de US$2 al día, un ingreso demasiado bajo como para acceder al mercado mundial de bienes y servicios. Credit Suisse concluyó en octubre que la clase media africana —definida como poseedora del equivalente de al menos US$50.000 en activos, ajustados por los precios locales— sólo suma 20 millones de personas, que representan 3% de la creciente población del continente.

Algunas compañías que pasaron años promoviendo el potencial de África están en retirada. Barclays PLC quiere vender la mayoría de sus negocios en el continente. Nestlé SA recortó en junio 15% su fuerza laboral en 21 países africanos. El Fondo Monetario Internacional redujo su previsión de crecimiento para este año de 4,3% a 4% y reprendió a los gobiernos por no aprovechar el auge de las materias primas para crear fábricas y granjas comerciales capaces de emplear a los 18 millones de africanos que cada año ingresan a la fuerza laboral.

“La cantidad de jóvenes desempleados es aterradora”, dijo Antoinette Sayeh, directora del Programa para África del FMI.

África sigue siendo la segunda región del mundo de crecimiento más acelerado después de Asia. Las grúas de construcción que salpican el horizonte de Lagos, Johannesburgo y Nairobi son testimonio de las ambiciones boyantes de las poblaciones y empresas más ricas del continente.

Los líderes empresariales reconocen que una década de estabilidad política y los altos precios del cobre transformaron a Zambia, pero prevén una postración profunda.

Buena parte de los 16 millones de habitantes de este país circula por carreteras pavimentadas por compañías chinas. Mineros y técnicos de telecomunicaciones se relajan en los restaurantes de Pizza Hut o en discotecas modernas, y en los últimos años muchos zambianos pudieron tomarse sus primeras vacaciones en Johannesburgo, la meca cultural del sur de África.

Fathom Consultancy, una firma de investigación económica de Londres, clasifica a Zambia como la economía africana más expuesta a la debacle de las materias primas y la desaceleración china.

Menos de un año después de que el gobierno emitiera US$1.250 millones en deuda a inversionistas internacionales, las autoridades dicen que pueden necesitar un rescate del FMI que vendría acompañado de instrucciones estrictas de congelar los salarios públicos y reducir los subsidios a la gasolina y la electricidad.

“No podemos seguir así”, confiesa el ministro de Hacienda de Zambia Alexander Chikwanda en una entrevista en su despacho en Lusaka. “Mientras más integrado está el mundo, mayores son las sacudidas que enfrentamos. Las economías africanas están en una etapa más baja de desarrollo de modo que las sacudidas son mucho más perjudiciales”.

Emmanuel Mutati, un ejecutivo que dejó Mopani en 2014 después de haber trabajado allí durante 14 años, tuvo un asiento de primera fila en la transformación de Kitwe. Durante ese período, el personal de la minera se duplicó a más de 20.000 personas. Las clínicas y las pensiones de la empresa proveyeron a los empleados una seguridad y un ingreso disponible sin precedentes. Los caminos de tierra fueron pavimentados y el aeropuerto regional abrió rutas directas a Johannesburgo y Abu Dhabi.

Más trabajadores chinos llegaron a Zambia que a ningún otro país africano, atraídos por los contratos de las empresas estatales chinas de minería y construcción y por la posibilidad de lanzar emprendimientos tan variados como imprentas y escuelas privadas. A un costado de la carretera de tres carriles entre Kitwe y el aeropuerto, constructores chinos levantaron un estadio con capacidad para 50.000 espectadores que rara vez se llena.

Para algunos la desesperación resultó insuperable. Ben Chinyimba, que trabajó en las minas durante 30 años para sostener a su esposa, sus cuatro hijos y dos nietos, se envenenó con plaguicidas tras ser despedido en noviembre. Su viuda, Grace Kunda, debe mantener a la familia con un sueldo de US$200 al mes como asistente en un hospital. “No sé cómo hacer frente a esta vida”, dijo acurrucada en un colchón en la sala de estar de su pequeña casa de concreto, a la luz de una vela encendida en una botella de cerveza.